PARA UNA BUENA CONFESIÓN
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"A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados, y a quienes no se los perdonen les quedarán sin perdonar" (Jn 20,23) Con esta declaración, Jesús mismo está facultando a sus discípulos para perdonar o no los pecados a quienes se acercasen para pedir el perdón de los mismos.
La Iglesia nos ha enseñado que los sucesores de los apóstoles y sus colaboradores directos "Obispos y Sacerdotes" tienen la autoridad que Jesús mismo les delegó en la persona de Pedro, para perdonar en su nombre. "Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo" (Cfr. Mt 16,19 ).
Ahora bien, para ejercer ese poder y autoridad que Jesús quiso delegar a sus representantes aquí en la tierra, la Iglesia ha querido instruirnos para que nos acerquemos de una manera conveniente y podamos recibir la gracia y sus auxilios para luchar contra el pecado y salir victoriosos con Jesús.
Para una buena confesión es necesario:
1 EXAMEN DE CONCIENCIA. Consiste en hacer un ejercicio de examinar detenidamente cómo ha sido mi comportamiento desde la última vez que me confesé. Para ello puedo recurrir a algunas preguntas e ir respondiendo con toda sinceridad. ¿Qué tanto he vivido conforme a los mandamientos de la ley de Dios? Y repasar uno a uno los 10 Mandamientos para ver si los he cumplido adecuadamente. También me puedo preguntar lo siguiente: ¿Cómo ha sido mi relación con Dios? Cómo está mi relación con los que me rodean: "familia, compañeros de trabajo, amigos, vecinos, hermanos de grupo, etc"? ¿Cómo está mi relación con la creación (es decir: qué tanto cuido la naturaleza)?... ¿Qué tanto he sido fiel a la tarea que Dios me ha encomendado?
2 DOLOR DE LOS PECADOS. Es tomar conciencia del daño que he causado con mis malas acciones o con las omisiones de aquellas acciones buenas que debiendo realizar dejé de hacerlas, y dolerme no solo de haber dañado a quienes me rodean o perjudicado la naturaleza, sino principalmente dolerme porque me doy cuenta de haber ofendido a Dios a causa del pecado y le he dicho no a su plan de salvación. Porque con el pecado le digo no a la majestad divina, por eso me duele y me arrepiento de haber ofendido a Dios en la persona de mis hermanos o en el descuido de su creación.
3 PROPÓSITO DE ENMIENDA. No basta pedir perdón, es necesario que unido al arrepentimiento esté el deseo firme de no volver a pecar, la decisión de corregir los errores cometidos y resarcir el daño que haya causado con mis malas acciones u omisiones.
4 CONFESIÓN DE LOS PECADOS. Una vez habiendo tomado conciencia del mal hecho y arrepentido de mis faltas, me presento humildemente ante Jesús que está presente en la persona del Sacerdote confesor, porque es Jesús realmente quien me escucha en la confesión y quien me absuelve de mis pecados. Es por eso que me acerco con humildad y dolor pero confiado en su infinita misericordia por lo que no debo temer ni dudar en reconocer delante de Él cada uno de mis pecados y confesarlos todos. No debo callar ninguno de mis pecados ni por vergüenza, ni por temor, mucho menos por orgullo.
5 CUMPLIR LA PENITENCIA. Después de la confesión y una vez recibida la absolución, debo tener especial cuidado en el cumplimiento de la penitencia que me haya sido impuesta recordando que no se trata de un castigo, ni de un pago que tenga que realizar por las faltas cometidas, más bien se trata de una ayuda eficaz como remedio y sanación para las heridas que el pecado va dejando en mi alma así como la corrección y superación de los vicios y pecados personales. El cumplimiento de la penitencia me fortalece para evitar la recaída en los mismos vicios y pecados y me ayuda para crecer en la virtud y la gracia de Dios.